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"CUENTIANDO"

Una pixelada
Por: Luis Fernando Muñoz Roldán

En este espacio caminaba lentamente, miraba a mi alrededor, unas gotas de silencio caían sobre mi frente, veía que pasaban y pasaban imágenes, era como una danza que no se detenía, así como mi frente que no paraba de reflejar esas imágenes. Al otro lado, quién estará oyendo algo de verdad?

El espacio empezó a cambiar y mi hueso frontal reflejaba conjuntos de píxeles. Estaba muy cerca, mucho más cerca de las imágenes. Sentía que las acariciaba con el “mouse”. Presioné la prótesis, las imágenes comenzaron a deambular en mi mente: veía, miraba, observaba; no podía parar de ver imágenes, ellas se miraban desde la pantalla en mi frente y se reían. Yo también me reía de ellas. Pero esta risa no tenía nada de parecida a la risa que criticaban los monjes, en la abadía de “El nombre de la rosa” de Eco.

Concentrarse en un píxel, mirar cómo en esa realidad se reinventa esta realidad y la de los media. Hay imágenes que nutren, pero cada vez se hacen más esquivas. Cómo hago para inventarme un nuevo color, pensaba el arco iris en una mañana donde se aburrió de ver las mismas tonalidades.

Sin embargo, Caliche no tenía ninguno de esos píxeles reflejándose en su frente. En ella sólo aparecían destellos de los disparos a la gente, ajusticiada de manera brutal. Muchas imágenes de muertos y personas torturadas tenía archivadas en su memoria. A veces cuando estaba ebrio y escuchaba música arrabalera en las cantinas, recordaba los asesinatos más horribles, repasaba detalles que se le quedaban como imágenes fotográficas. En su cabeza no había imágenes agradables, había demasiado rojo.

Presione clic aquí – ¿está seguro que desea borrar este archivo? – y ahora clic en la opción sí. - Bueno qué fácil - pensaba el niño Edgar, y borró a Caliche de sus amigos de la lista del videochat. Miró el reloj, las 4 am, ya era muy tarde, pero no se quería dormir todavía. En su interior algo le decía que debía seguir “on-line”, quizás algo nuevo y más seductor que el video de la noche anterior, que lo colmó de emociones imaginarias. Este niño estaba lleno de imágenes y fantasías orgiásticas en su mente. La palabra “inter-racial” lo excitaba mucho, cuando la veía en lo enlaces del sitio web.

No tardó mucho hasta que Edgar se topó con un sitio web www.coitoniche.sex, inmediatamente presionó con su prótesis en el tema “chocomilk”. Finalmente a las 6 am se quedó completamente dormido, como un pequeño gorila en su jaula digital.

Tyrana era una señora muy gorda y fea que se levantaba todas las mañanas a ver el sol. Eso era lo único que hacía desde su cómodo apartamento, su imagen favorita era el sol - aunque ella no tenía nada de sol -, esa imagen la solazaba. Desde su balcón, un día se atrevió a mirar hacia abajo, Tyrana nunca había asentado su gordo pié en el suelo, siempre estaba en el aire. Sus ojos se salpicaron de cemento, observó una persona envuelta en costales que dormía plácida, aparentemente, sobre la calle cruel. Tyrana, en medio de su estupidez aérea, resbaló y cayó sobre las baldosas que cubrían el planchón de cemento del balcón. En el suelo, como una cucaracha patas arriba, se reía. Carcajadas llenas de flema y tos. Se volteó y se arrastró hasta una silla para tratar de ver el sol. La pantalla cielo, para ese día, tenía programado un estado del tiempo gris, la luz amarilla no volvió hasta la mañana siguiente.

Lentamente el viento empezó a soplar, era una corriente que jugaba con mi mente. Las imágenes nuevamente empezaron a hacer efecto, otra vez quedé atrapado en ellas. A mi alrededor gente, atrás gente, estaba en medio de la gente. Veía en todas las frentes la misma imagen pasar campantemente. Apagaron las luces. Las imágenes acentuaron su reflejo en todos los huesos frontales de los asistentes.

Jair salió libre, ya no tenía que volver a procesar imágenes, había visto tantos píxeles que su mente había sido modificada, ya no recordaba, simplemente veía y volvía a vivir el recuerdo, se volvió un bucle. Jair corrió por todos sus recuerdos, por algunos pasó tan rápido que sólo veía la sangre en el piso, que con la velocidad parecía una forma sin forma, casi infinita. Hasta que paró.

Se puso a ver televisión. Cambió de estación antes de ver la señal en la pantalla. En el control remoto de su mente marcó 54857. La imagen era un video del cielo donde aparecían unos caracteres con forma de cruz y de ladrillo, que decían: Canal Iglesia - con letra de tarjeta de invitación a unos quince - ver a Dios todo el tiempo. No lo cambies, El quiere verte.

Jair volvió a correr hasta que empezó a sentir que su cuerpo caía de forma lenta, por las paredes de un edificio muy alto. El golpe contra el cemento era inminente, pero despertó, en medio de una gran tormenta. El estado de coma había terminado. Sus recuerdos digitalizados ya estaban atados a la madre red.

Recibió como premio un virus, que lo condenó nuevamente a prisión; tan grande y tan pequeña, como el espacio intangible que ocupa la mente. Era un espacio tan largo que se perdía en el horizonte, parecido a un cuadro de Dalí. Jair tenía que llenar este espacio de imágenes, para salir de nuevo. Inclinó su cara. Miró hacia el suelo. Estaba lleno de píxeles.



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