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TARDE & BRISA
Una cita con la Cali maquillada en la avenida del río
Por: Carlos Roberto Torres Tangarife
Mientras veía el tapiz del río Cali, camino de aguas azucaradas, supe que mi ciudad era una mujer fuera de lo común. Y es que sentir la frescura de las plantas verdes y alegres caminando por la Avenida del Río, me hizo recordar la piel de cualquier mujer conocida, que a pesar de las altas temperaturas, conservan esa tranquilidad tan difícil de conseguir en la tierra de todos. Después, en una banca de metal triste descubrí que su aroma era más rico que el de cualquier loción, pues preferí aspirar el aire de su entorno mientras las aguas conversaban entre sí sin pena alguna. En algunas partes las piedras susurraban, mientras las hojas desprendidas de algún tallo clavaban en cualquier pedacito de agua. En un momento creí que cada objeto poseía vida, como si la ciudad estuviera embarazada de varios seres mágicos, con respiración propia y diferente, con dones especiales que ayudaron a volar mis cabellos por encima del hombro, mientras la atención se distraía con la juventud del fondo de la cinemateca en pleno anochecer.
En un principio no creía en la perfección de una mujer, sin embargo, las curvas precisas de toda la avenida, los ojos negros como las piedras del río, y el pelo nocturno como esa noche de sábado, consiguió derrotar mi escepticismo. No quería quedarme con ella cuando decidimos vernos a eso de las siete de la noche, pero cuando descubrí su sosiego en cada una de sus brisas me atolondré por completo, por toda la noche, como si el aterramiento no tuviera fecha de vencimiento al respaldo. De modo que me resistí a largarme, y era tal su don de acogimiento, que estuve encerrado pero feliz en sus cuatro paredes, con las luces apagadas, con las ventanas abiertas y alegres por la luz de cada lámpara de cualquier carro, y la puerta abierta para sentir todas las sorpresas de esa noche tan femenina, tan del valle, tan de nosotros, tan colombiana, tan del norte de la ciudad.
Posteriormente nos sentamos a dialogar. Fue la primera vez que me sentí invitado sin tener que dar nada a cambio. O mentiras, sí. El aporte solamente fue toda la disposición para conversar con ella, para entenderla, para escucharla, para sentir su delicadeza estropeada por miles de hombres y mujeres sin gusto y poco temor, para darme cuenta de que vivo con la más bonita, con la que le cambia el cabello a las seis de la tarde, y que sólo me vive pidiendo algo relativamente fácil: delicadeza y sensibilidad. Algo inevitable se vino. La impresión, como lo dije en un principio, cambió. Ahora no es solo de una mujer, realmente es una bella mujer. En las mañanas se aplica el maquillaje blanco como su cielo, se perfuma con las palabras de los pájaros amarillos y se viste de amarillo con su sol sonriente. Es muy vanidosa en el buen sentido de la palabra. Por la noche se perfuma de nuevo con los aires de las pocas lomas que la abrigan. Se peina sus cabellos negros con el viento de todo su río y se ríe y llora de todo lo que le paso en el transcurso del día. Aparte de eso es mamá. Tiene las mismas fuerzas sobrenaturales de toda señora, cuyos ímpetus son tan grandes, que es capaz de seguir comprendiendo partos dolorosos, hijos que se van y que vuelven, que son mal agradecidos con el esfuerzo de una verdadera madre.
Para finalizar, solo me resta decir que conversé con Cali. Que tengo la amante más fiel de Colombia, la mujer omnipotente, la que esta en cada uno de mis actos, la que me inspira a seguir construyendo, la que me enseña que para seguir con ella y con cualquiera es indispensable los regalos de buen talante, de calidad y de comprensión ante todo.
De nuevo Besos en tu mejilla Cali, como cuando nos despedimos de la banca, aunque nunca me alcanzará el tiempo para despedirme bien de las incontables citas. |