EL
VALLE
EL VALLE RECOBRADO
Una nube obstinada en el azul del
cielo distrajo a Emilio de su lectura matinal
en la terraza. Recordó con nostalgia que
los siete minutos más hermosos del día
se descubren en Cali, al atardecer. Un colorido
abanico comienza a sacudir el firmamento sutilmente
reventando su capa celeste e incendiándolo
hasta fundirse en nocturno violeta.
Dejó La María, de
Isaacs, y bajó lentamente la escalinata
buscando la frescura del patio. A toda la solitaria
casa la regía un silencio abrumador. Adosó
una silla contra el enladrillado frontal y se
apoltronó para hundirse en los recuerdos.
El silbido de un tren lejano enfatizó
la ausencia. La sabana, tan alta y fría,
que repliega la ciudad otorgándole su monumental
impacto, desparramó cañaduzales
y viñedos a lado y lado de la abrupta evocación
de Emilio. Sabía que raudo y sigiloso los
acariciaba el viento; la cálida brisa que
no muere en aquellas tardes encendió sus
pómulos.
Ahora era un jinete que limpiaba
su rostro empolvado y que se desvanecía
en el horizonte. Era ese otro. Quizá el
bailarín de la calicalentura arrojándose
a la ribera del río para evitar el enemigo.
O el periodista que hace un mes había llegado
a Bogotá y que durante ese tiempo siempre
se había acostado temprano.
Con la mano en el mentón
repasó con rapidez el cielo de derecha
a izquierda describiendo su forma abovedada; abarcó
el verdor y el colorido de los campos del Valle
del Cauca, ese otro espíritu que se abre
interminablemente, con templanza y generosidad.
Lo acariciaba la mañana
de la capital. Pensó en el Pacífico,
en la marimba y en las trompetas, en Changó
y en la brisa salada del mar, que también
acarician delicadamente las noches caleñas.
Paladeó un sancocho con fervor, el plato
hirviendo y el pavimento allá afuera también.
Que la casa estaba fría
lo supo al entrar a la cocina por la puerta trasera.
Con torpeza metió un café en el
microondas y después se apresuró
de nuevo al solar. Cuando volvió reverberaban
en el recinto los conciertos de salsa del Teatro
Municipal, que cambió su gris por el dorado
pastel que impregnan los maizales. Fue cunado
sintió la fuerza geométrica de Rayo,
que también pintó maíces
en New York; Era del millar de vallunos por el
mundo.
Creyó acalorarse.
Tomó el curso de los selectos cabalguistas
se pasean por los sectores residenciales a pleno
martes 4:00 de la tarde. Pero ahora si sintió
frío. El cielo se había nublado
al medio día y la añoranza empezaba
a surgir a pasos agigantados. Pensó en
María, en guardar la novela del aguacero
que empezaba.
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