Lo habían seguido los ladrones: uno se había disfrazado de fraile, otro de militar, otro de provinciano, otra se había pintarrajeado la cara.
Este mozo, como se había pasado la vida entre disfrazados, no vio nada raro en esa gente.
H. Bustos Domecq, Las noches de Goliadkin |
EL ÚLTIMO DE LA COLINA
POR MARTÍN MORENO
Cali es la ciudad donde habitan los fantasmas de Gustavo González Zafra. Seres inmateriales del inconsciente con el privilegio de aparecer encubiertos ante el lector. Si despistado esboza alguno de sus rasgos, suelen ser del color de una rosa o infundir la vaguedad de una mirada, casi una noche olvidada y sin importancia.
Piensa que la denuncia empobrece la literatura. Como sus personajes, es intempestivo. Lleva 20 años viviendo en París y en otras ciudades del mundo y recuerda que fue el último caleño que nació en una casa de la colina de San Antonio, en el 52. Luego vivó con su familia en diferentes partes de la ciudad, en el centro, en las afueras por el sur y después en el barrio El Templete y en Granada. Entre sus libros más destacados está la novela Los Frutos del Paraíso, los libros de cuentos El Tercer Hombre y Algunas veces he tenido que enterrar a mi Padre . También escribe relatos para importantes revistas culturales como El Malpensante, la Casa Grande de México y otros destacados ejemplares literarios que acogen sus textos con gratitud distinguiéndolo como uno de los nuevos narradores.
Su prosa está travesada por un humor sutil que nace de fantasías en vilo, susurros y promesas vanas que pasan sin terror a la soledad y al silencio. De ahí que, además de la calidad, mueva sus relatos con intranquilidad e insinúe cierta melancolía que da paso a una alegría de perplejo. Pero quién sabe si termine la novela que escribe actualmente sobre Cali y el libro de cuentos sobre París. Quién sabe. Porque el tono de su dialogar entrevé una paz que interfiere el anhelo de figurar y raya lo inconcluso y el desinterés. Una resignación a que no haya nada tras la destrucción de sentimientos acomplejados que lo auxilie de ese vacío que lo desintegra y ausenta. ¿La ficción que somos?: ''un fondo sin fondo'', escribe.
Zafra la aviva, de todas maneras, sin afán. Activa esa ficción en las despreocupadas élites de Ciudad Jardín, la impía improvisación de Lavoe disfrutada una tarde en San Fernando, la opinión de la servidumbre en plena cena, en la irritante pose intelectual. Sentimos que delinea como un bolero en la Novena esas lejanías por la Universidad del Valle y la asoleada calle Quinta, mientras se instala cómodamente en un desarraigo universal como símbolo de su propia escritura.
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